El afecto suele fundamentarse en resquicios de nosotros que no conocemos ni queremos conocer. Aly Pérez, trotamundos impenitente de tales resquicios, hábil en eso de cultivar la amistad a toda costa, se fue ayer, domingo 30 de enero, sin haber cumplido los cincuenta años pero tras cumplir, eso sí, con los altos deberes de su doble oficio de pintor y poeta.
Hoy la región amaneció con el sabor amargo de su muerte. Ha escrito Alberto Hernández en su tribuna diaria en El Periodiquito:
No hay pésame posible. Aly supo vivir entre sobresaltos: Entre el temor a perder el cuerpo, seguro de que su alma estaba predestinada a hacerse parte de una distancia sólo comprensible en la alegría de su cercana pasión creativa.
Y Aly, desde el viaje que recién inicia, se pinta de fuego:
Un incienso de hojas
arde en el patioDonde ya no soy palabra
sino otro momento roto
por aullidos de perros.