Aunque el fenómeno no ha desaparecido por completo, cada vez es menos frecuente encontrar casos de escritores que sufren el rigor de la brecha tecnológica entre la máquina de escribir y la computadora. Las diferencias entre el teclado, los sonidos y otras experiencias propias de cada herramienta son los obstáculos que enfrenta el escritor que decide saltar la becha. Para alguien que siempre haya escrito usando el venerable sistema del papel y el lápiz, quizás estas dificultades no son tan grandes, considerando que sólo tendrá que apropiarse de una nueva herramienta en oposición a las dos —la máquina de escribir y la computadora— con las que habrá tenido que lidiar el ex mecanógrafo.
Muchos de quienes aún usan la máquina de escribir —créanme, los hay todavía— lo hacen por la misma razón que sostiene al Pac-Man a través de los tiempos: la nostalgia. Supongo que siempre habrá nostálgicos que preferirán conservar la sensación de golpear las teclas (y aceitarlas de vez en cuando), el sonido periódico de la campanilla, el ejercicio de levantar el brazo para accionar la palanca de retorno, que en el árbol genealógico de las herramientas de escritura viene a ser como la abuela de la tecla Enter.
Yo, que prefiero ser romántico en otros ámbitos, corrí hacia la computadora apenas me fue posible. Para los parámetros de los informáticos contemporáneos, ya era un anciano cuando pude hacerlo: tenía 17 años. Alquilaba una hora diaria en el laboratorio de computación de la Católica y me sentaba a llenar las páginas intangibles de “El eco de ambos”, el primer cuento que pude escribir directamente en la computadora. El salto de obstáculos no fue una tarea fácil para mí, pues cuando terminé e imprimí la primera copia, noté que —quizás por la influencia de la herramienta— el cuento estaba lleno de errores de forma y fondo que no habría cometido en la máquina de escribir. Con el tiempo pude corregir muchos de los detalles y la versión definitiva hasta se ganó un premio.
Y, sí, la computadora es una maravilla como herramienta para el escritor por la intangibilidad del soporte, que te permite corregir hasta que se te funda la última neurona y replicar el texto hasta que se te acaben los lectores. Pero tiene un problema, y es la parte orgánica del sistema: nuestros sentidos.
Yo le tengo terror al trance de enfrentarme a un nuevo teclado, pues los teclados son como la caja de chocolates de Forrest. Además me malacostumbraron desde épocas tempranas, pues una de mis primeras computadoras era una IBM —un 486 de esos que llamaban “ValuePoint”— cuyas teclas perfectas oponían al dedo una pequeñísima resistencia. Es algo que puede parecer banal, pero en la mayoría de los teclados actuales esa resistencia no está presente, por lo que el usuario debe imaginar que está tecleando, mientras que un teclado provisto con esa resistencia cumple con su sagrado propósito de dejar claro que estás tecleando. Es un problema que se nos hará difícilmente remediable cuando se masifique el teclado holográfico. Para entonces, quienes mantengamos nuestros viejos teclados corpóreos seremos el equivalente de quienes hoy en día siguen usando la máquina de escribir.
Puede parecer un problema menor, pero no es así. La sensación de tecleo es tan importante que en algunos casos puede dificultar el rendimiento del usuario (o, al menos, del usuario que ya ha conocido la delicia de un teclado con resistencia). Con un teclado demasiado sensible, la única manera de saber si estás tecleando es mantener la vista en el monitor. Alguien que esté transcribiendo un texto de un libro, o un escritor que —como yo— suela gesticular o incluso cerrar los ojos mientras escribe para concentrarse en la historia y no en la herramienta, no puede estar mirando el monitor en forma permanente.
Es el mismo problema que se le presentó a la esposa de Erik Fitzpatrick, que sufría de estrés en los dedos y las muñecas a causa de estos detestables teclados ultrasensibles. Ambos salieron a comprar un nuevo teclado, pero ninguno de los que vieron satisfizo a la señora Fitzpatrick, quien tocó la tecla correcta al explicarle a su esposo lo que quería: un teclado que le brindara la misma sensación de las viejas máquinas de escribir, esa resistencia gradual, gracias a la cual sientes que estás derribando pequeñas paredes en lugar de dar golpes al invisible aire.
El regalo que Erik le dio a su esposa la navidad siguiente fue un teclado con una verdadera resistencia old-fashioned. Erik se encerró en el garaje un fin de semana para conectar los circuitos de un teclado corriente a las teclas de lujo de una Smith-Corona que compró a precio de gallina flaca. Cada tecla fue conectada a su correspondiente en la máquina de escribir. Incluso tuvo el detalle poético de conectar la tecla Enter a la palanca de retorno. La cosa no quedó perfecta, pues Erik no halló manera de conectar las teclas de retroceso ni la de bloqueo de mayúsculas, pero ahora, zanjada la brecha tecnológica, la señora Fitzpatrick tiene en sus dedos exactamente lo que deseaba.
Y aquí yo, descubriendo el agua tibia, recuerdo que el símbolo del Enter (la flechita que baja y apunta a la izquierda) representa bajar una línea y regresar el carro al inicio.
Interesante teclado, trabajando en uno de esos te sentirías algo así como un burocrata de Brazil (la película).
Amigo Jorge, recuerdo que hace un montón de años escribía yo en una pequeña máquina portátil. La marca no la recuerdo. Para ese entonces ya había usado una que otra computadora, pero no tenía acceso a ellas sino de vez en cuando.
En una oportunidad trabajé en una pequeña empresa transcribiendo textos, utilicé una IBM cuyo teclado era una maravilla, la sensación al presionar las teclas no tiene comparación ni en el mundo de las máquinas de escribir ni en el mundo de las PCs, he pasado años usando teclados de todo tipo, tamaño y configuración, pasando por teclados con distribuciones de teclas en español latinoamericano, en español ibérico, en inglés y no se cuantos más. No me refiero a la distribución de teclas que da Windows al teclado, me refiero a la distribución física de las propias teclas.
Tal variedad de teclados me ha permitido adaptarme fácilmente a cualquier teclado nuevo, sin embargo sigo sin encontrar ese chasquido que sólo esos teclados IBM podían emitir. Se que algún día conseguiré uno de esos en alguna tienda para geeks en Internet. Pero por ahora, mi teclado Microsoft está bastante bien.
Gracias por traer tan buenos recuerdos a mi mente. ¡Feliz año!
PD: Yo sigo jugando Pac-Man de vez en cuando, lo mismo que “Oh no!, More Lemmings!”
Juan, qué gran película Brazil, con sus computadoras analógicas, su correo electrónico de aire y sus terroristas de ensueño.
Ernesto, los lemmings también llenaron decenas de horas de mi ocio, años atrás. Por ahí creo haber visto una versión que puede correr en un armatoste moderno. Valdría la pena probarlo de nuevo. 🙂
Vaya, que he dado de casualidad con este espacio. Hasta ahora, delicioso. No sabía que lo tenías, pero ya me inscribí al feed. Saludos!
Bueno los latinos decían: De gustibus no discutantur. Esa es una forma de ser sofisticados y la sofisticación tiene indiscutiblemente su encanto. Ahora, el cuento que disimuladamente me mandas a leer (El eco de ambos) es muy bueno y, curiosamente, uno se inmagina ese cuento escrito con una máquina clásica.
Siempre que se presentan temas así, genero en mi pensamiento una asociación con la perfección.
Pueden imaginarse ustedes lo que significó la primera calculadora para un contador. La primera maquina de escribir, y, el salto del papel y lápiz al primer teclado mecánico; ¿pueden ustedes disociarlo de la perfección?, ¡seguro qué no!
Pero el tiempo dice que esa perfección es efímera, ¡imperfecta!, ¿verdad? Nada más apropiado que el concepto de Peter Drucker sobre la «intención perfecta», algo así como el «perpétuo movimiento de Heraclito; mañana -ingenuidad que no es un acertijo, para el humano colectivo de realizaciones que somos-, nuestro ordenador, con Word y su corrector gramatical, será una antiguedad imprecisa ante lo que podemos imaginar que viene.
Verdaderamente los télefonos-maravillas que transforman la vida, y así tantas cosas, que con velocidad de vertigo asombran nuesttro ingenio. En diciembre compré un i-pod para mi hijo, en la tienda exclusiva ofrecen unas cornetas para los famosos archivos de musica, fotos y videos; que era destinado a sustituir al palito ese donde se coloca el rollo de papel de baño, ¡si!, ese de uso universal. Me quedé pensando: por qué no usan tanto derroche de ingenio para dar un salto de calidad en la poceta. ¿Conocen ustedes algo más anacrónico que una poceta?
Sr. Gómez Jiménez,
Le encontré por caualidad disfrutando de una de las posibilidades que ofrecen los pc’s a diferencia de las máquinas de escribir: navegar sin rumbo.
Me gustó mucho su nota, yo nunca escribí a máquina. No tuve tiempo de leer su cuento, volveré.
Un afectuoso saludo,
Miguel.
buena
Me parace bien interesante el articulo, más porque habemos personas que todavia tenemos nuestras viejas mñaquinas de escribir… es más tengo una coleccion de máquinas de las más antiguas y me parecen una de la mejor introduccion al mundo de las computadoras porque en ellas empezamos a desarrollar el movimiento de nuestros dedos y amoldarnos a un teclado.
Hola mi nombre es elio soy de Buenos Aires Argentina y transformo las viejas maquina de escribir con teclado de pc. queda fantastica para aquellos que no quieren dejar sus viejas maquina de escribir y a la vista son muy llamativas y exentrica fusionando lo nuevo con lo antiguo.