Dormir

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Dormitorio, por Connie HayesLa primera noche prácticamente no durmieron. Se dedicaron por completo el uno al otro, velándose el sueño con palabras dulces, sutiles ejercicios de tacto y un amor cálido. Algún tiempo más tarde, con el orgullo secreto de conocer al detalle la geografía de la noche, dormían abrazados bajo las sábanas, despertándose de madrugada con temperaturas de urgencia. Cuando llegaron los hijos y ya no quedó nada por descubrir, la exploración se volvió un proceso íntimo y aprendieron a respetar el espacio personal, que tuvo su expresión más acabada con la identificación y asignación de los lados de la cama. La madurez llegó cuando se dieron cuenta de que ya no era precisa la presencia física, ya que podían recordarse meticulosamente. Años después, cuando los nietos empezaron a inundar los días, ella murió. Él cambió entonces la cama por una más pequeña, intentando extirpar la nostalgia de sus noches, invadidas por la sensación de que ella velaba su sueño con palabras dulces, sutiles ejercicios de tacto y cálido amor.

    (De mi libro inédito Artes del fuego. ¡Feliz san Valentín!).

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